Belgrano y San Martín, Historia de una amistad IV.
San Martín miraba la puerta de salida, donde tuvo una primera intención de irse, dándole la espalda a Belgrano. Éste, con una sonrisa sorna, más propia de su primo muerto que de él, tosía con gracia.
– Ustedes los porteños, no me perdonarán jamás que lo haya derrocado a Rivadavia y su grupesco. ¡Eran un mal a la Patria!
Belgrano se sonreía tras el pañuelito que usaba para secarse la transpiración.
– Es el pueblo quien debe decidir los caminos a seguir y no una corte de sicarios malvados dispuestos a entregarnos nuevamente a los chapetones! Carajo, General, lo creía de otra madera.
– ¡Cómo se atreve a decirme de que madera estoy hecho!, se levantó Belgrano, dispuesto a salir de la habitación,
– Y como se atreve usted a tratarme, General, de agente español en esta guerra que me sangra por dentro en aras de patriotas como Rivadavia – lo tomó del brazo San Martín, casi en son de súplicas. Belgrano le miró tomándolo del brazo con un soltame o te doy la paliza de tu vida, y su Segundo lo soltó. No soy yo, General, el enemigo que le restó esfuerzos a su victoria. San Martín volvió a sentarse, tomó el lápiz partido en dos, y volvió a escribir, dejando de lado lo sucedido, desmereciendo la presencia de quien tras suyo, permanecía tenso, silencioso, sin saber si salir, quedarse o matarlo.
Belgrano volvió sobre sus pasos, arrojó el sombrero sobre los papeles que San Martín escribía, y volvió a sentarse. San Martín gruñó por dentro, enfadado en que no le dejaran terminar de escribir. Fastidioso con eso, y sin dar cabida, ni mucho menos, a la discusión sucedida, el Coronel describía con detalle minucioso los planes a seguir.
– La educación, Coronel,
– Qué hay con ella?
– Es la base total de una sociedad civilizada
– Dígame que maestros encontraremos en el camino cuando todas estas regiones están en pie de guerra permanente. No hay un solo niño ni anciano que se precie de leer que pueda concurrir a esas escuelas las cuáles donó sus sueldos porque armados con lo que sea deben enfrentar al maturrango que viene por sus vidas.
– Usted no pasa de ser un militar inculto, Coronel
– No es así, pero usted no pasa de ser un literato sin el sentido de la razón.
Cada contra-punto elevaba el tono de la voz y la tensión del ambiente. Los rostros desnudaban deseos de pelear y agarrarse a las trompadas limpias. Los soldados a la puerta del caserío, no daban crédito a lo que se oía dentro.
– Usted no pasa de ser un Saavedra sin conocimiento de la sociedad por la cual pelea,
– Me trata de Saavedra, por lo cornudo?, y San Martín le ofreció una mirada irónica y simple sin dejar de escribir. Belgrano se quedó mudo. No habrá felicidad personal para el general Belgrano hasta ver libre a sus pueblos, le leí escribir en algunos partes. Quien mierda se cree usted para dudar que mis sentimientos sean similares, No estuve en ese Mayo suyo del cual todos hablas. Sagradas horas de la Patria, dicen todos, y me obligan a celebrarla. San Martín se levantó de golpe, furioso, arrojando el medio lápiz contra la pared más distante, golpeando con el puño la mesa, y observando como un tigre herido e iracundo al Belgrano que esperaba un movimiento para arrojarse al cuello de su Segundo: ¡Cuándo nos independizaremos de la España, dígame usted!
– ¡Le firmo en este instante una Declaración correspondiente, y nos juramentamos ambos cumplirla bajo so pena de nuestras vidas!
– ¡Usted se cree que con esa banderita de mierda izada en el Rosario vamos a ganar la guerra! – Belgrano se levantó como herido de muerte en su orgullo:
– ¡Qué se ha creído, irreverente! Esa bandera es el símbolo de la Patria Nueva,
– Es una banderita de mierda: Los símbolos de la Patria deben ser los valores que inunden el sagrario coraje de nuestros hombres. Somos la Confederación del Género Humano, mientras exista un solo hermano oprimido en la América, que no pueda constituir sus derechos plenos a ser libre y pensar lo que se le cante el culo, de esas constituciones sociales que le niegan el hecho a ser algo más que un pobretón sangrando por esa bandera, la cual la cagan los que mandan en Buenos Aires, llenándose de palabras heroicas y sublimes mientras enriquecen sus bolsillos y pueblan sus estancias de esclavos traídos clandestinamente mientras los negros dan la vida por la Patria, en su más sentido de lo humano. ¡Quién se ha creído usted a poner en duda mi venida al Plata, pelucón de mierda!
– Militar inculto al servicio de la Inglaterra: Que nobles palabras venidas de la boca de un masón al servicio de intereses que no parecen corresponderse ahora, con los que dice con tanta acritud.
San Martín se calló, apenas un instante, y hubo de sentarse ante el rostro enrojecido de Belgrano, mirándolo desafiante.
– ¿Qué pondría en esa Declaración a la que nos juramentaríamos cumplir?
Belgrano puso ideas sobre tinta y papel, y San Martín le miró, como quien mira a quien odia profundamente.
El Caudillo escucha.